
22 de Julio de 2021
Mientras ojeaba aquel libro, una página abierta al azar posó su nombre otra vez en mí, y me trasladó al momento en el que me enteré de su partida, aquella mañana fría, en la vieja habitación materna, cuando sin entender nada, solo y expulsado de aquel cobijo sin razón, lloré al prender la radio y escuchar confirmada la noticia. Decidí poner un tema en su honor (como hago y creo que hacemos todos), volver ese canto una suerte de adiós, una plegaria de estrofas con voz quebrada, un ritual que suelo repetir en cada despedida. Entonces, un rayo blanco y cálido venido desde del sol, acarició y secó esas lágrimas. El dolor había sido escuchado. Dejé de creer en casualidades una tarde recibiendo la tibia brisa de otoño, que se colaba por el ventanal con vista a Parque Lezama. Ahí, ojeando esas páginas e intentando volver los penares cuento, me surgió la idea de hacer un paralelismo con el Duque Blanco. Las miradas y el silencio de aquellas leonas bastaron para entender mi error, pero insistí en la idea porque algo de terquedad vive en un corazón de cabra. Esta vez solo se miraron entre ellas. Sus caminos se habían cruzado muchas veces con PALO, lo pude leer en sus ojos de melancolía que ese día, compartían conmigo un poquito de aquel universo. Me fui entonces, con la idea que PALO se había transformado en una suerte de hilo rojo, que por alguna razón va uniendo los caminos de quienes admiramos su obra, alimentando las migas que fue dejando en cada corazón. Tengo pruebas suficientes de ello. Un día le presentaré esas pruebas a la Leona mayor. Tal vez me corrija un par de cosas, pero en algún lugar sé, que algo va a brillar detrás de ese marco que envuelven sus ojos sabios.